Un trabajo de evacuación masiva© en Canadá

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Evacuación indios de Norteamérica
Lynn Valley. Vancouver, Canadá
20 de Julio de 2016

Caminando por un bosque magnífico me empiezan a venir unas antiguas visiones mías, visiones espontáneas y recurrentes que tuve hace muchos años, de tribus de indios en asentamientos montañosos que me parecían del Norte de América, los paisajes eran nevados, invernales, y a ellos los veía cubiertos con pieles de oso. Esos recuerdos que aparecen ahora sin proponérmelo, van cobrando más sentido al encontrarme precisamente aquí, en Canadá. Pero hoy no son solo visiones, llegan con información y son visiones cargadas de sentimientos de amargura y frustración. Me conmueve profundamente descubrir que condensan un inmenso pesar, esas tribus me transmiten que no pudieron seguir adquiriendo conocimiento al perder, dramáticamente, sus modos culturales de vida, sus ritos, y todo aquello que creían que era su único medio de alcanzar la sabiduría.

 

Me conmueven enormemente estas visiones porque el sentimiento que me está llegando hoy es que su enorme tristeza postmortem no conserva atisbos de rabia o resentimiento por haber perdido sus tierras y modos de vida ancestrales, o incluso por estar confinados en reservas deteriorándose como seres humanos, incapaces de soltar el pasado. Mi gran sorpresa es constatar que su tristeza esconde un fracaso mayor al de su desaparición como culturas operantes en la Tierra, su tristeza postmortem se refiere a la impotente decepción por creer que no pueden culminar en su conocimiento trascendente, por considerar que solo a través de sus ritos culturales pueden progresar en su evolución y que, por tanto, sin eso, la vida no merece la pena, ni en la tierra ni en el cielo. 

Me emociona percibir esto tan sentido y tan verdadero, al punto, que se me saltan las lágrimas ante este abatimiento y resignación por lo inevitable, por la fuerza y la influencia de las creencias culturales para retener a la conciencia en su evolución infinita. Necesito vivamente comunicarles que el conocimiento está disponible para todos y que es independiente de los ritos y modos culturales de alcanzarlo, que no pueden seguir eternamente tristes por ello. Y veo que procede hacer una gran evacuación para que los propios líderes que percibo ahí se despejen de ese pesar y sean ellos los que comuniquen a su gente en las dimensiones postmortem, y a su gente en las reservas humanas, sobre la posibilidad de seguir evolucionando sin la necesidad de insistir en reeditarse en el pasado y, por el contrario, traspasar sus residuos culturales. 

Nos sentamos frente a un lago para la evacuación. Veo al jefe de esa tribu con toda nitidez, su tez cetrina, su pelo negro aceitoso recogido con su penacho de plumas al costado, le tengo frente a mí, le encaro mirándole con firmeza a los ojos y le digo que se tiene que ir, que se vaya, vete, vete, si tú te vas todos te seguirán. Duda, se resiste, pero le sigo animando a que busque el conocimiento que le aguarda más allá de ese estado. Finalmente se sube a su caballo y se pone en marcha con su equipo que le sigue, les veo a los tres de espaldas, envueltos en sus pieles, con sus plumas, montando sus caballos manchados de blanco y gris, dirigiéndose hacia un glaciar luminoso que se abría al fondo de las montañas para su ascenso a la libertad. 

 

A continuación, me percibo teniendo una visión sobre Norteamérica y Canadá, veo el mapa desde arriba y como se empiezan a levantar y a poner lentamente en movimiento todas las poblaciones de indios que permanecían retenidas cubriendo distintas localizaciones de la superficie geográfica.

 

Inmensa y emotiva evacuación, sorprendentemente reveladora para mí, marcada por la tristeza de haber perdido el hilo del conocimiento, y porque nunca hubiera llegado a esa deducción por mí misma.

 

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